Trabajo en marketing y, durante mucho tiempo, creí que tenía que elegir un bando.
O eras de números, o eras de historias.
O sabías vender, o sabías sentir.
O entendías el algoritmo, o entendías a las personas.
Nadie te lo dice directamente, pero lo aprendes rápido: las emociones no aparecen en los reportes mensuales. No tienen columna propia, No suben ni bajan como el CTR. Y, sin embargo, están detrás de cada clic.
Aprendimos a vender sin mirar a los ojos
El marketing se volvió exacto.
Medible.
Optimizable.
Sabemos cuántos segundos tarda alguien en abandonar una página. Sabemos qué palabra vende más que otra. Sabemos qué color convierte mejor. Sabemos —o creemos saber— lo que la gente quiere.
Pero en el proceso, a veces olvidamos mirar a las personas más allá del comportamiento.
No vemos cansancio, vemos abandono.
No hay duda cuando vemos fricción.
No existe miedo cuando se interpone la objeción.
Y así, sin darnos cuenta, empezamos a hablarle a los datos como si fueran personas, y a las personas como si fueran datos.
La presión de justificar lo humano
Hay algo que pesa más de lo que parece: tener que justificar la empatía.
“Eso no se puede medir, no se escala y no genera conversiones.”
Como si conectar fuera un lujo.
Y como si hablarle a alguien con honestidad fuera un riesgo innecesario.
He estado en lugares donde hablar de emociones suena a debilidad, y hablar de ventas suena a inteligencia. Y aunque entiendo el negocio, hay algo que siempre me incomoda: la idea de que sentir y vender son opuestos.
Las personas no compran por lógica, la usan para justificar
Lo sabemos,
lo repetimos en presentaciones,
lo escribimos en libros.
Pero a veces se nos olvida ejercerlo.
Las personas compran porque confían,
porque se siente vistas
y sobre todo, porque algo en el mensaje les hizo sentido.
Después vienen los números, los argumentos, las comparativas. Pero el primer impulso no es racional: es humano.
Y el marketing que ignora eso, tarde o temprano, se queda vacío.
No es marketing emocional. Es marketing honesto
Conectar no es manipular.
Contar historias no es engañar.
Hablar desde lo humano no es vender humo.
Lo verdaderamente peligroso es fingir que las personas no sienten, que no dudan, que no están cansadas de que todo el tiempo quieran venderles algo sin entenderles realmente.
El marketing con corazón no grita:
Escucha.
No promete de más.
Acompaña.
No busca sólo cerrar ventas.
Busca construir algo que dure.
El algoritmo no siente, pero nosotros sí
Vivimos en un mundo programado.
Algoritmos decidiendo qué se ve, cuándo y quién lo ve.
Automatizamos respuestas, optimizamos tiempos, aceleramos procesos.
Pero del otro lado sigue habiendo alguien que duda antes de comprar. Alguien que está cansado. Alguien que quiere elegir bien.
Y ahí, justo ahí, es donde el corazón sigue siendo una ventaja competitiva.
Vender sin perder el alma
No creo que el futuro del marketing esté en elegir entre números o personas. Creo que está en aprender a sostener ambos.
Medir, sí.
Optimizar, también.
Pero sin olvidar que detrás de cada métrica hay una historia.
Porque vender sin corazón se nota.
Y conectar sin estrategia no alcanza.
El equilibrio no es fácil.
Pero es necesario.
Y mientras sigamos preguntándonos cómo vender sin dejar de ser humanos, el marketing todavía tiene esperanza.
Escrito por: Yamile Sandoval