Hay días en los que abrir mi laptop se siente como abrir una puerta a un cuarto vacío. Un cuarto blanco, silencioso, donde nada respira hasta que yo le doy permiso. Antes ese espacio era literal: una hoja en blanco, un documento nuevo, un cuaderno con líneas esperando un borrón.
Hoy el fantasma sigue ahí… pero es digital.
La hoja en blanco ya no sólo me mira desde un documento, me observa desde una interfaz brillante, desde una pantalla que no se cansa, desde esa ventanita donde la IA parece tener siempre una respuesta incluso cuando yo no tengo ni una sola palabra. Y esa presencia, aunque útil, a veces pesa.
Soy creadora.
Soy escritora.
Soy la persona detrás de siete marcas, siete tonos, siete personalidades que conviven a través de mis dedos.
Y aunque sé que nadie ve el cansancio detrás de cada copy, cada blog, cada mailing, si existe. Y se siente. Mucho.
Cuando la IA es musa
Hay momentos en los que la IA llega como un viento fresco. Cuando la cabeza está saturada. Cuando la cabeza está saturada, cuando las ideas se esconden debajo del cansancio, cuando tengo mil pendientes y cero inspiración… ahí aparece.
La IA –esa especie de asistente incansable– se convierte en un punto de partida.
Una chispa.
No escribe por mí, pero me empuja.
No es mi voz, pero me recuerda que la tengo.
No es pura creatividad, pero es gasolina cuando ya estoy en reserva.
Puedo estar atrapada en un párrafo por horas, hasta que escribo una frase, una palabra clave, un concepto, y la IA me regresa una estructura, una posibilidad, un ángulo que yo no estaba viendo. Y entonces respiro.
Y entonces avanzo.
Y entonces recuerdo que escribir también puede ser ligero.
Cuando la IA es cárcel
Pero no todo es alivio.
Porque a veces la IA no inspira… a veces condiciona.
Si eres de los que utiliza esta herramienta todos los días, semanas y meses, llegará un punto en que comiences a preguntarte si tus ideas siguen siendo tuyas.
Si tu estilo sigue siendo tuyo.
Si tu intuición aún te pertenece o ya está mezclada con miles de patrones que no te das cuenta que adoptaste sin querer.
La IA puede volverse una cárcel silenciosa:
la expectativa de que todo debe ser perfecto, rápido, inmediato.
La presión de que cualquier texto puede “mejorarse”.
La sensación de que la creatividad debe ser eficiente, medible, optimizable.
Y ahí entra ese dilema de escribir una línea, borrarla, escribirla nuevamente, borrarla y continuar en ese círculo.
Porque suena demasiado rígido.
O porque suena demasiado a mí intentando imitar la rígida perfección de la IA.
O porque me cuestiono si es realmente lo que quería decir o lo que el mundo espera que diga.
El equilibrio incómodo
He aprendido que la IA no es enemiga, pero tampoco es diosa.
No es mi reemplazo, pero tampoco es mi creación.
Es una herramienta… y como toda herramienta, creativa, necesita límites.
La clave está en recordar:
La IA no tiene mi historia.
No conoce mis heridas.
No ha vivido mis bloqueos ni mis madrugadas trabajando.
No siente el cansancio de manejar diferentes textos, diferentes estilos y mundos completamente diferentes.
No sabe lo que es escribir con hambre, con sueño, con prisa, con estrés, ni con ilusión.
Eso es mío.
Eso me pertenece.
Eso no lo puede copiar ni reinterpretar nadie.
Vivir con el fantasma
Así que sí: el fantasma de la hoja en blanco ahora es digital.
Pero sigue siendo un fantasma.
Sigue siendo ese recordatorio de que, aunque existan asistentes, modelos, herramientas y algoritmos… la primera chispa sigue naciendo de mí.
La IA puede ordenar mi caos, pero no puede sentirlo.
Puede sugerir palabras, pero no puede entender por qué escribo.
Puede ayudarme a salir del bloqueo, pero no puede vivir el bloqueo por mí.
La creatividad sigue siendo profundamente humana.
Profundamente mía.
Y aunque a veces la IA parezca cárcel, también puede ser llave.
Depende de cómo la use.
No le tengamos miedo al fantasma
Si algo he aprendido es que la hoja en blanco –digital o no– nunca ha sido el enemigo.
El verdadero reto es tener el valor de mirarla de frente y empezar.
Con IA o sin IA.
Con inspiración o con cansancio.
Pero empezar.
Escribir, crear, insistir… incluso cuando las palabras cuestan.
Incluso cuando la IA no entiende, o entiende demasiado.
Incluso cuando el fantasma se sienta a mi lado, esperando.
Porque al final, el texto, la idea, la identidad creativa… sigue siendo mía.
Aunque el fantasma ahora viva en la pantalla.
Escrito por: Yamile Sandoval